Mascarilla, Corazas y Sensaciones



Mascarilla, Corazas y Sensaciones
Ayer fue el primer día. Uno de tantos si no fuera porque la cotidianidad y el tiempo ya viene alterándose desde hace dos meses. De vuelta a la ciudad Condal, casi desierta, al menos en el barrio donde tengo la consulta. Algunos comercios abiertos, algunos bares que sirven bebidas con un aire casi furtivo, el “chino” del barrio aún está cerrado. La sensación de que ahora el tiempo nos malgasta como antes lo malgastamos nosotros a él. En mi consulta todo sigue aparentemente igual, los objetos que dejé el último día, hace dos meses, permanecen igual, algún desorden me muestra lo apurado del último día que estuve ahí. Una planta no pudo con el tiempo, otras surfearon la situación y han salido favorecidas. El silencio, ¿y ahora qué?. Es el mismo lugar, pero yo ya no soy yo, a mí, como a una planta el tiempo de confinamiento me transformó sin saberlo. Me resulta extraño el lugar, extraña la atmósfera, extraño el olor, extraño el sonido. En unas horas recibiré las primeras visitas y queda acondicionar la consulta con el protocolo preventivo para “combatir” un agente al que no vemos, un agente al que tememos más que a nosotros mismos, un agente que nos separa del otro, un agente que nos mantiene en un estado de incertidumbre comparable con.... ¡No se con qué se puede comparar! quizás no se pueda. El Otro se vuelve extraño con mascarilla en el consulta, está pero no del todo. Está pero una coraza se interpone entre él y yo. El Otro con su Coraza añadida  y yo con la mía. La comunicación no es muy favorable para ninguno de los dos. La distancia corporal aséptica incrementa la separación emocional. ¿Puede sentirme la persona que tengo delante? ¿estoy presente para ella? La impotencia en mí crece a medida que pasa el día, no logro conciliar la asepsia con la presencia al Otro. La respiración se hace difícil, el oxígeno o la falta del mismo detrás de la mascarilla pasa factura conforme van pasando las horas. Me acuerdo del personal sanitario que tienen que soportar la tortura de los trajes y mascarillas. Por fin en una tentativa de descarga mis lágrimas recorren mi cara y se deslizan hasta mi pecho. Ahí, ahí es donde me tengo que mantener si quiero continuar. Sentir y percibir para no acorazarme en exceso, dejar libre a mi Organismo para que prosiga su curso. “El tiempo está fuera de quicio” decía Shakespeare en Hamlet cuando se le aparecía el fantasma de su padre. Ahora aparecen fantasmas olvidados, aparecen fantasmas no imaginados... fantasmas que aún no se ven pero que sabemos que están ahí. ¿Estuvo alguna vez el tiempo en su estado natural?